-           José Antonio Ramos Sucre, nacido en Cumaná (Estado Sucre)  el 9 de Junio de 1890. Fue un poeta, educador y diplomático venezolano. Hijo Jerónimo Ramos Martinez y de Rita Mora Sucre, sobrina del gran mariscal Ayacucho Antonio José de Sucre. 1900 es enviado a Carupano para ser educado por su padrino y tío paterno, José Antonio Ramos Martinez, quien lo inicia en el latín y los libros, pero apartándolo de los juegos infantiles. En 1902 muere su padre, y en 1903 después de la muerte de su tío regresa a su hogar.
  En 1910 se gradúa de bachiller en filosofía y por sus dotes excepcionales es enviado a Caracas para que prosiga con sus estudios de idiomas y comenzar con las carreras de derecho y literatura. Graduado de abogado en la UCV en 1917 y posteriormente de Doctor en leyes en 1925.
  Su obra literaria es dada a conocer desde 1911 cuando comienza a  ser publicado por varias revistas y diarios, sobre todo El Universal, donde aparecieron 108 de sus poemas en prosa. Recopila su obra en Trizas de papel (1921), Sobre las huellas de Humboldt (1923), ambos integrados a La Torre de Timón (1925), en 1929 publica juntos dos libros distintos, Las formas del fuego y El cielo de esmalte.
  
  Conocido como un hombre solitario, introvertido, dedicado a la lectura y al estudio. En sus poemas en prosa se puede reflejar aquel afligido individuo que sostuvo una infancia alejada de su inocencia y una enfermedad nerviosa la cual se manifestaba en un frecuente estado de insomnio. En ese estado febril recorre las calles de la ciudad en horas nocturnas. En sus textos expresa el sufrimiento que le produce su cada vez más pronunciada fatiga mental.

«El mal  es un autor de la belleza. La tragedia, memoria del infortunio, es el arte superior. El mal introduce sorpresa, la innovación en este mundo rutinario. Sin el mal, llegaríamos a la uniformidad, sucumbiríamos en la idiotez.»

   Su obra, al no poder ser catalogada dentro de las corrientes literarias de su tiempo, no será tomada en cuenta hasta casi medio siglo después, cuando se le reconoce como uno de los poetas más originales y avanzados de siglo XX venezolano.
El poeta muere en la ciudad de Ginebra el 13 de Junio de 1930 en medio de un viaje diplomático, suicidándose con una sobredosis de veronal.

Aquí algunos de sus poemas:



El episodio nostálgico.

Siento, asomado a la ventana, la imagen asidua de la patria.
La nieve esmalta la ciudad extranjera.
La luna prende un fanal en el tope de cada torre.
Las aves procelarias descansan del océano, vestidas de edredón.
Protejo, desde ayer, a la huérfana del caballero taciturno, de origen ignorado.
Refiere sobresaltos y peligros, fugas improvisas sobre caballos asustados y en barcos náufragos. Añade observaciones singulares, indicio de una inteligencia acelerada por la calamidad.
Duda si era su padre el caballero difunto.
Nunca lo vio sonreír.
Sacaba, a veces, un medallón vacío.
Miraba ansiosamente el reloj de hechura antigua, de campanada puntual.
Nadie consigue entender el mecanismo.
He espantado, de su seno, las mariposas negras del presagio.

Poema extraído de la Torre del Timón (1925).


  

De profundis.

He recorrido el palacio mágico del sueño. Me he fatigado en vano por descubrir el vestigio de una mujer ausente de este mundo. Yo deseaba restablecerla en mi pensamiento.
          Conservo mis afectos de adolescente sufrido y cabizbajo. Su belleza adornaba una calle de ruinas. Yo me insinuaba hasta su ventana en medio de la oscuridad crepuscular. Me excedía en algunos años y yo ocultaba de los maldicientes mi pasión delirante.
          Dejó de presentarse en una noche de temores y congojas y recordé infructuosamente las señas de su vivienda. Un temporal corría la inmensidad.
          Yo seguí a desahogar la melancolía indeleble en una aventura, donde mis compañeros se perdieron y murieron. Yo amanecí en el recinto de una iglesia, monumento erigido por una doncella de otros siglos. El sacerdote encarecía las pruebas de su devoción y anunciaba desde el púlpito amenazas invariables. Celebró después el oficio de difuntos y llenó mis oídos con el rumor de un salmo siniestro.

Poema extraído de El cielo de esmalte (1929).


El desesperado.

Yo regaba de lágrimas la almohada en el secreto de la noche. Distinguía los rumores perdidos en la oscuridad firme.
          Había caído, un mes antes, herido de muerte en un lance comprometido.
          La mujer idolatrada rehusaba aliviar, con su presencia, los dolores inhumanos.
          Decidí levantarme del lecho, para concluir de una vez la vida intolerable y me dirigí a la ventana de recios balaustres, alzada vertiginosamente sobre un terreno fragoso.
          Esperaba mirar, en la crisis de la agonía, el destello de la mañana sobre la cúspide serena del monte.
          Provoqué el rompimiento de las suturas al esforzar el paso vacilante y desfallecí cuando sobrevino el súbito raudal de sangre.
          Volví en mi acuerdo por el efecto de la diligencia de los criados.
          He sentido el estupor y la felicidad de la muerte. Un aura deliciosa, viajera de otros mundos, solazaba mi frente e invitaba al canto los cisnes del alba.

Poema extraído de Las formas del fuego (1929).


El duelo.

El galán quedó tendido en el suelo de nieve, entre los árboles disecados por el invierno. Salía del baile de máscaras, animado de la pasión de los celos, a demandar un desagravio. Recibió en el pecho el aguda lámina de hierro.
          La dama vestida de terciopelo azul, motivo de la discordia, presenció el curso y el desenlace del conflicto sangriento. Le atribuían en secreto uno de los apellidos más nobles de Francia.
          El mágico de ropilla escarlata sostiene en sus brazos al moribundo y escucha las últimas palabras, enunciadas con la voz ansiosa y débil de un infante. Presta el auxilio de una ciencia difamada.
          La mujer culpable se recoge en el palacio de exquisita arquitectura. Sus autores y fabricantes se habían inspirado en la fauna. Balbuce de miedo al considerar la noticia de una peste ensañada con las hermosas y criada en los puertos de Levante.
          La dama sucumbe en la sala del piso de pórfido, al lado de su lebrel blanco. Ha divisado en la penumbra de los aposentos la figura mortal de Empous, una larva de ojos de envidia y cabeza de asno, repulsada por Mefistófeles.


Poema extraído de El cielo de esmalte (1929).

José Antonio Ramos Sucre




-           José Antonio Ramos Sucre, nacido en Cumaná (Estado Sucre)  el 9 de Junio de 1890. Fue un poeta, educador y diplomático venezolano. Hijo Jerónimo Ramos Martinez y de Rita Mora Sucre, sobrina del gran mariscal Ayacucho Antonio José de Sucre. 1900 es enviado a Carupano para ser educado por su padrino y tío paterno, José Antonio Ramos Martinez, quien lo inicia en el latín y los libros, pero apartándolo de los juegos infantiles. En 1902 muere su padre, y en 1903 después de la muerte de su tío regresa a su hogar.
  En 1910 se gradúa de bachiller en filosofía y por sus dotes excepcionales es enviado a Caracas para que prosiga con sus estudios de idiomas y comenzar con las carreras de derecho y literatura. Graduado de abogado en la UCV en 1917 y posteriormente de Doctor en leyes en 1925.
  Su obra literaria es dada a conocer desde 1911 cuando comienza a  ser publicado por varias revistas y diarios, sobre todo El Universal, donde aparecieron 108 de sus poemas en prosa. Recopila su obra en Trizas de papel (1921), Sobre las huellas de Humboldt (1923), ambos integrados a La Torre de Timón (1925), en 1929 publica juntos dos libros distintos, Las formas del fuego y El cielo de esmalte.
  
  Conocido como un hombre solitario, introvertido, dedicado a la lectura y al estudio. En sus poemas en prosa se puede reflejar aquel afligido individuo que sostuvo una infancia alejada de su inocencia y una enfermedad nerviosa la cual se manifestaba en un frecuente estado de insomnio. En ese estado febril recorre las calles de la ciudad en horas nocturnas. En sus textos expresa el sufrimiento que le produce su cada vez más pronunciada fatiga mental.

«El mal  es un autor de la belleza. La tragedia, memoria del infortunio, es el arte superior. El mal introduce sorpresa, la innovación en este mundo rutinario. Sin el mal, llegaríamos a la uniformidad, sucumbiríamos en la idiotez.»

   Su obra, al no poder ser catalogada dentro de las corrientes literarias de su tiempo, no será tomada en cuenta hasta casi medio siglo después, cuando se le reconoce como uno de los poetas más originales y avanzados de siglo XX venezolano.
El poeta muere en la ciudad de Ginebra el 13 de Junio de 1930 en medio de un viaje diplomático, suicidándose con una sobredosis de veronal.

Aquí algunos de sus poemas:



El episodio nostálgico.

Siento, asomado a la ventana, la imagen asidua de la patria.
La nieve esmalta la ciudad extranjera.
La luna prende un fanal en el tope de cada torre.
Las aves procelarias descansan del océano, vestidas de edredón.
Protejo, desde ayer, a la huérfana del caballero taciturno, de origen ignorado.
Refiere sobresaltos y peligros, fugas improvisas sobre caballos asustados y en barcos náufragos. Añade observaciones singulares, indicio de una inteligencia acelerada por la calamidad.
Duda si era su padre el caballero difunto.
Nunca lo vio sonreír.
Sacaba, a veces, un medallón vacío.
Miraba ansiosamente el reloj de hechura antigua, de campanada puntual.
Nadie consigue entender el mecanismo.
He espantado, de su seno, las mariposas negras del presagio.

Poema extraído de la Torre del Timón (1925).


  

De profundis.

He recorrido el palacio mágico del sueño. Me he fatigado en vano por descubrir el vestigio de una mujer ausente de este mundo. Yo deseaba restablecerla en mi pensamiento.
          Conservo mis afectos de adolescente sufrido y cabizbajo. Su belleza adornaba una calle de ruinas. Yo me insinuaba hasta su ventana en medio de la oscuridad crepuscular. Me excedía en algunos años y yo ocultaba de los maldicientes mi pasión delirante.
          Dejó de presentarse en una noche de temores y congojas y recordé infructuosamente las señas de su vivienda. Un temporal corría la inmensidad.
          Yo seguí a desahogar la melancolía indeleble en una aventura, donde mis compañeros se perdieron y murieron. Yo amanecí en el recinto de una iglesia, monumento erigido por una doncella de otros siglos. El sacerdote encarecía las pruebas de su devoción y anunciaba desde el púlpito amenazas invariables. Celebró después el oficio de difuntos y llenó mis oídos con el rumor de un salmo siniestro.

Poema extraído de El cielo de esmalte (1929).


El desesperado.

Yo regaba de lágrimas la almohada en el secreto de la noche. Distinguía los rumores perdidos en la oscuridad firme.
          Había caído, un mes antes, herido de muerte en un lance comprometido.
          La mujer idolatrada rehusaba aliviar, con su presencia, los dolores inhumanos.
          Decidí levantarme del lecho, para concluir de una vez la vida intolerable y me dirigí a la ventana de recios balaustres, alzada vertiginosamente sobre un terreno fragoso.
          Esperaba mirar, en la crisis de la agonía, el destello de la mañana sobre la cúspide serena del monte.
          Provoqué el rompimiento de las suturas al esforzar el paso vacilante y desfallecí cuando sobrevino el súbito raudal de sangre.
          Volví en mi acuerdo por el efecto de la diligencia de los criados.
          He sentido el estupor y la felicidad de la muerte. Un aura deliciosa, viajera de otros mundos, solazaba mi frente e invitaba al canto los cisnes del alba.

Poema extraído de Las formas del fuego (1929).


El duelo.

El galán quedó tendido en el suelo de nieve, entre los árboles disecados por el invierno. Salía del baile de máscaras, animado de la pasión de los celos, a demandar un desagravio. Recibió en el pecho el aguda lámina de hierro.
          La dama vestida de terciopelo azul, motivo de la discordia, presenció el curso y el desenlace del conflicto sangriento. Le atribuían en secreto uno de los apellidos más nobles de Francia.
          El mágico de ropilla escarlata sostiene en sus brazos al moribundo y escucha las últimas palabras, enunciadas con la voz ansiosa y débil de un infante. Presta el auxilio de una ciencia difamada.
          La mujer culpable se recoge en el palacio de exquisita arquitectura. Sus autores y fabricantes se habían inspirado en la fauna. Balbuce de miedo al considerar la noticia de una peste ensañada con las hermosas y criada en los puertos de Levante.
          La dama sucumbe en la sala del piso de pórfido, al lado de su lebrel blanco. Ha divisado en la penumbra de los aposentos la figura mortal de Empous, una larva de ojos de envidia y cabeza de asno, repulsada por Mefistófeles.


Poema extraído de El cielo de esmalte (1929).

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